El rico epulón y el pobre Lázaro

Tomado de la Semilla Digital del 25 de septiembre

El camino de Jesús, que es el nuestro, se muestra domingo tras domingo como serio y que exige opciones valientes y claras. De nuevo el evangelio nos indica cuál es la sabiduría verdadera: situarnos bien en la vida y reajustar la relación entre los medios y el fin, entre las riquezas y el destino de nuestra vida, de modo que aseguremos lo que más vale la pena, sin dejarnos entretener demasiado por las secundarias.

Hoy se nos hace una llamada a saber usar los bienes de este mundo, a compartir con los demás lo que tenemos. Lo cual deben hacer no sólo los ricos, sino también los pobres (que, muchas veces, lo hacen con mayor generosidad). Todos tenemos algo que compartir. Siempre tenemos al lado personas que tienen menos que nosotros: en el terreno económico o en el afectivo, cultural, religioso.

P. José Aldazábal, sdb

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 16, 19-31

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: «Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.

Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejo a Abraham y a Lázaro junto a él. Entonces gritó: ‘Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.

Pero Abraham le contestó: ‘Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá.

El rico insistió: «Te ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y acaben también ellos en este lugar de tormentos. Abraham le dijo: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen». Pero el rico replicó: «No, padre Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán». Abraham repuso: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto».

Palabra del Señor

R/. Gloria a ti, Señor Jesús.